casi es un trámite largo; la última "corredoira" o "carballeira" en Amenal, el último bosque de eucaliptos, el rodeo de las pistas del aeropuerto; nos permitimos un almuerzo en Lavacolla, donde ya todo es Santiago; perdonamos el rito de lavarnos en el río antes de entrar de la ciudad; subimos por Vilamaior y tras cruzar San Marcos divisamos el monumento que preside el Monte do Gozo; desde arriba vemos las torres de la Catedral aunque quedan aún seis kilómetros; tomamos un café en el horrible y mastodóntico complejo-albergue, que está tan alejado del espíritu del resto del Camino; al menos presumiremos la buena intención de quienes lo levantaron, pero toda la historia acuñada en este suelo bien valía un pequeño esfuerzo por haber levantado algo con más espíritu peregrino; en fín, ya sabemos que somos malos turistas, por lo pobres; luego bajamos a Santiago de Compostela, pasado mediodía; recorremos las calles de piedra como peregrinos y nos alojamos en un hostal, pensando que nuestro Camino concluirá mañana en la misa de doce en la Catedral, con la esperanza de ver la bendición con botafumeiro, poco probable.
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